Superación de las dos Españas

Artículo de opinión de Julio de Santa Ana Campillo, coordinador del grupo parlamentario Vox en las Cortes de Aragón

Este 20 de octubre celebramos  la efeméride del fallecimiento en la ciudad de Zaragoza, del gran pintor barroco español José Luzán y Martín. Miembro destacado de la pintura aragonesa del siglo XVIII. Un maestro cuya influencia proyectó en el gran Goya. Su muerte acaeció en 1785.

Lujan y Martín se iniciaría en la academia de dibujo y pintura que abrió en esta ciudad el escultor Juan Ramírez Mejandre, y tras formarse en ella se trasladaría posteriormente a Nápoles donde pasó varios años completando su formación artística. Regresando ya en Zaragoza, en 1735 crea una academia, que gozó de notable éxito fruto de años de dilatada experiencia. Debido a su prestigio llega a ser nombrado revisor de pinturas por la Inquisición española, y en 1741 es designado por Felipe V como pintor supernumerario de la Casa Real, donde llega a tener un gran conocimiento artístico y pictórico sobre las ricas colecciones de palacio que le permitieron refinar considerablemente su estilo.

Estilo, en sus últimos años próximos al tenebrismo en sus obras tempranas, donde influyó en el joven Goya, dirigiendo ya de forma breve y corta la Academia de Pintura y Escultura de Zaragoza antes de su fallecimiento.

Francisco José de Goya y Lucientes, también oriundo zaragozano fue uno de sus alumnos más destacados y que trascendería a su maestro en notoriedad e importancia. Goya por aquella época acudía sin privilegio ni prebenda alguna, pues pertenecía a una familia modesta de la clase media de la época, a recibir las enseñanzas de su maestro. Que tanto influyeron en su técnica pictórica en dibujos y grabados.

Su obra tuvo siempre con un rasgo subyacente de naturalismo, del reflejo de la realidad sin una visión idealista distorsionada y siempre con un profundo compromiso social así como un importante mensaje ético y moral  en sus obras y pinturas al margen de su valor estético.

Aprender de los errores

Una de las Pinturas negras más conocidas y destacadas y que siempre me han fascinado de Francisco de Goya, es la denominada Duelo a garrotazos o La riña.

La interpretación tradicional del cuadro ha sido la de dos villanos luchando a bastonazos en un paraje desolado enterrados hasta las rodillas. Pero también desde su creación (1819-1823) se ha visto como la lucha fratricida entre españoles. Ya no sólo en su época, donde las posiciones enfrentadas eran las de liberales y absolutistas. Sino como la lucha entre las Dos Españas con sus posturas y discordias antagónicas que desembocaron en el más trágico fracaso de nuestra Historia. Que no fue otro que la Guerra Civil Española.

Fracaso que parecía superado con el gran pacto político de la transición. Y que lamentablemente, hoy en día, vuelven a reabrir cicatrices, que parecían ya selladas y superadas, con la aplicación de la sectaria memoria histórica. Donde se acentúan diferentes varas de medir, intentando paralizar o emponzoñar nuevamente la convivencia lograda.

Hay que superar definitivamente los complejos y los odios  estériles del pasado. Como denunciaba en su día Goya y aprender de nuestros errores. Mirar limpiamente, como el gran pueblo que somos, al futuro con generosidad y optimismo. Con esperanza e ilusión. Y sobre todo dejar ya de manipular la Historia de España, cuestionar su legitimidad así como socavar sus instituciones  y tradiciones.

Todo ello porque es una sinrazón que supone un verdadero atentado a las libertades políticas. Una merma en los derechos de opinión y de cátedra. Y lo más ruin y peligroso: pretender reabrir los enfrentamientos entre los españoles.