Twitter y la censura preventiva

Hasta hace apenas cinco años, el discurso de las élites era aceptado por la mayor parte de los partidos con representación parlamentaria en el mundo. Salvo contadas excepciones, las diferencias entre las formaciones de gobierno y oposición eran muy reducidas. Con pequeños matices, todos defendían las mismas políticas económicas, sociales y exteriores.

Los medios de comunicación compraban el discurso establecido y se limitaban, según estuviera en el gobierno un partido u otro, a reprochar algunos aspectos concretos de sus decisiones.

Nuevos medios de masas

La aparición de las redes sociales de uso masivo generó un problema para la clase política: los ciudadanos encontraron un altavoz autónomo cuyos límites de alcance y difusión eran ilimitados. Cualquier persona desde su domicilio podía cuestionar  los postulados de la clase política y denunciar sus mentiras sin el control de los medios tradicionales. Esto es, los políticos perdieron una parte del control de la comunicación de masas.

La situación económica y social de muchos países, fruto de décadas de políticas suicidas de muchos gobiernos incapaces de ver lo que tenían delante de sus ojos, generó el caldo de cultivo ideal para la aparición de nuevos partidos. Tan pronto como estas formaciones cuestionaron el discurso establecido, la clase política tradicional y los medios de comunicación iniciaron campañas feroces de descrédito que incluían los viejos argumentos de nacionalismo, racismo o xenofobia. Aunque lograban su objetivo con una parte del electorado, el establishment era incapaz de convencer a la mayor parte de la población que optaba ya por informarse a través de las redes sociales.

A raíz de este proceso, los gobiernos comienzan a maniobrar para controlar las redes sociales, surgen los denominados verificadores y se oficializa la censura preventiva: todo aquel que publique en Twitter o Facebook contenido político debe atenerse a las consecuencias.

Lejos de atenerse a un principio de justicia, estas empresas verificadoras comparten dueño y sesgo ideológico con los medios de comunicación tradicionales. No es de recibo que la misma periodista que tacha a VOX de partido xenófobo e insulta a diario a sus votantes sea la encargada de validar su contenido en redes sociales.

Intimidación y censura

Esta censura preventiva, fundamentada en la intimidación, no es nueva: fue utilizada por una parte de la comunidad musulmana para evitar que los ciudadanos europeos cuestionaran su integración en Occidente y el beneficio de las sociedades multiculturales. En el año 1989, el ayatolah Jomeini lanzó la primera fatwa de la historia contra Salman Rushdie, autor de ‘Versos Satánicos’: «Apelo a todos los fieles musulmanes, se encuentren en donde se encuentren, para que ejecuten esta sentencia rápidamente a fin de que nadie se atreva a insultar a los santos musulmanes», aseveró en la sentencia de muerte contra Rushdie.

La amenaza de Jomeini creó un precedente que una pequeña parte de la comunidad musulmana en muchos países utilizó para perseguir y alentar la violencia contra aquellos autores, escritores o dibujantes que se atrevían a criticar el islam. Los ejemplos son muy numerosos: la polémica con las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, el caso de Hirsi Ali en Holanda o el atentando contra Charlie Hebdo en Francia.

La intimidación surtió efecto y durante más de una década solo un puñado de valientes se atrevió a denunciar la realidad del islam, sus perjuicios para la sociedad europea y su escasa capacidad de integración.

Salvando las distancias, el objetivo del establishment con la actual censura preventiva en redes sociales es el mismo: silenciar los discursos alternativos, apagar su altavoz y lograr un tiempo valioso para imponer su agenda ideológica ante una sociedad que teme las consecuencias de exponer sus ideas en libertad.

Europa está pagando las consecuencias de este silencio impuesto por el poder establecido. Es preciso dar la batalla en todos los frentes para evitar que esta situación se reproduzca diez años después.

VOX España