Para interés de los lectores, reproducimos a continuación la entrevista que el diario El Mundo ha realizado a uno de los fundadores de VOX, José Antonio Ortega Lara. Pueden acceder a la entrevista original a través del siguiente enlace.
Durante todo el día no ha cogido el teléfono. Se lo ha dejado en casa. Suele hacerlo cuando trabaja en el huerto de su hermano o en el de cualquiera de sus amistades que le piden consejo o ayuda, demostradas sus habilidades como labrador. Ni siquiera se ha enterado de que de nuevo se ha convertido en protagonista porque las fotos más difundidas son las del rey y las del presidente en el interior de aquella réplica. Asumido todo, responde a preguntas de Crónica: «Así como yo creo que Su Majestad el Rey lo ha hecho de buena fe, con la determinación de que eso no se olvide, en beneficio de la democracia y de las generaciones futuras para que no vuelva a suceder, me molesta mucho que el presidente vaya allí a hacerse una foto, un presidente que ha humillado mucho a las víctimas, que ha estado beneficiando a los terroristas, que gobierna con el brazo político de los terroristas. No lo hace en beneficio de la causa sino de su ego personal que es insaciable, y lo va a usar para lavar su imagen».
«Si este hombre supiera de verdad, lo que hay encerrado ahí…» -en este punto, Ortega Lara para un momento, traga saliva y coge aire, se recompone y continúa- «no frivolizaría». Y después añade: «Hay líneas que no hay que cruzar, pero, francamente, me han pasado ya tantas cosas con los políticos de todo tipo, con el gobierno de un signo y de otro, te llevas tantas decepciones, que dices, ‘una más’, pero te duele que hagan eso. Para él, hubiera sido más sencillo permanecer en un segundo plano».
«Si supiera lo que hay encerrado ahí», acaba de decir y sólo de recordarlo de refilón, se le ha hecho un nudo en la garganta. Allí en medio del huerto. El escenario no es cualquier cosa. José Antonio Ortega Lara está convencido de que, con el paso del tiempo, «volvemos a los orígenes, a la infancia». Y su infancia, su juventud, muchos de sus momentos de felicidad, de intimidad con los padres a los que siempre recuerda, tienen que ver con el huerto, y de igual modo que la tierra ahora le proporciona esa dicha equilibrada, los recuerdos que le ligan a ella consiguieron mantenerle en vida cuando cuatro etarras le encerraron en aquel agujero.
«Nosotros teníamos un huerto a dos kilómetros del pueblo. Mi madre y yo íbamos andando con nuestro perro y hasta la gata de mi madre nos acompañaba. Íbamos hablando de novias, de trabajo, de la familia, de cosas que no hablas más que con las madres. Los padres somos más prácticos o más materialistas, las madres cultivan la dimensión espiritual y la dimensión afectiva mucho más que los hombres. Hacíamos nuestro trabajo, volvíamos a casa al atardecer y sobre todo habíamos hablado de lo que nos interesaba. Aquello lo echo de menos. Cómo me hubiera gustado poder hablar con ella de…», deja en el aire la frase, de nuevo conmovido. Pero lo cierto es que lo hizo. No del modo cómo hubiera querido sino del modo que se le hizo necesario. Ortega Lara se acordaba de esos paseos en el zulo y hablaba allí con su madre -la imaginaba en una mañana soleada de mayo-, y con su hermana melliza, que murió al nacer y a la que le hubiera encantado conocer. En aquella oscuridad agobiante, imaginaba cómo podía haber sido a su misma edad, qué cosas le gustarían. Y entre conversación y conversación, rezaba a sus padres y les pedía que le echaran una mano. Conversaba con su mujer. A esas alturas, llevaba varios meses bajo tierra.
A José Antonio Ortega Lara lo secuestraron el 17 de enero de 1996. El dirigente de ETA Julián Atxurra Egurola Pototo, había dado la orden de cazar a un funcionario de prisiones y Josu Uribetxeberría Bolinaga, José Luis Eróstegi, Xabier Ugarte y José Miguel Gaztelu, que habían construido el zulo en el que ya habían metido a dos empresarios, lo buscaron y lo esperaron a la salida de la cárcel de Logroño. Ortega Lara era consciente de que podían matarle, porque compañeros suyos habían sido asesinados de un tiro en la cabeza, pero no se le ocurrió que pudieran secuestrarle. Los terroristas no le pudieron administrar el somnífero que habían probado en sus propias carnes para calcular los efectos porque se resistió, y tuvieron que meterle a punta de pistola, perfectamente consciente y con los ojos vendados, primero en un maletero y después en el interior de una máquina bordeadora trucada que llevaban en la parte trasera de un camión. El funcionario pudo escuchar impotente cómo un guardia civil paraba a los terroristas y luego los dejaba continuar, a pesar de que uno de ellos, Uribetxeberría Bolinaga, había sido detenido por presunta colaboración con ETA. Le llevaron hasta la calle San Andrés sin número de Mondragón, a una especie de nave de dos plantas, algo aislada, con una fábrica en el piso superior y un espacio diáfano en la planta baja que los etarras habían llenado de material industrial en la que guardaban armas y experimentaban con lo que llamaban bombas bolo, con un éxito perfectamente descriptible.
Todavía cegado, le hicieron meterse en un agujero de unos cincuenta centímetros de diámetro como paso previo a una pequeña cabina que comunicaba mediante una puerta y una ventana con el lugar en el que sería torturado en los siguientes meses. El empresario Iglesias Zamora que había estado secuestrado doce semanas en ese mismo lugar, lo había definido como un ataúd de plástico blanco. Los terroristas habían introducido algunas modificaciones desde entonces y quedaban restos de ese material blanco, pero ahora se parecía a una cabaña de madera en la que la humedad era tan grande que, en el mejor de los casos, el agua se condensaba y llovía por dentro. Hacía frio.
Al principio, gritó como un loco, hasta que se dio cuenta de que nadie iba a oírle. «Después de que me exigieran aprenderme sus nombres -falsos- y de que escuetamente me explicasen los motivos de mi secuestro, que eufemísticamente llamaron arresto, solía entablar conversación con ellos a la hora de las comidas pero me era imposible entender sus planteamientos, su cerrazón intelectual. No iban más allá del Estado opresor. Esa fue la razón por la que aquellos diálogos fueron desapareciendo».
«Hacía mis necesidades en bolsas de plástico que después cerraba con un nudo. No podía hacer ejercicio físico ni leer ni dormir. Dormía en el suelo o en un viejo catre plegable hecho de muelles y con una lona encima. Siempre tuve la certeza de que no habría negociación política para procurar mi liberación y tampoco iba a haber una salida económica, pero mientras me imponía la rutina de recordar los años felices con mi familia o rezaba a María Auxiliadora o aseaba y ordenaba el cubículo como me habían enseñado los Salesianos, nació en mi una pequeña esperanza de que la situación pudiera solucionarse con el paso del tiempo. Meditaba sobre las cosas que había hecho bien, sobre otras muchas en las que me había equivocado, y al final siempre llegaba a la conclusión de que había disfrutado de unos años de felicidad. Surgió el sentimiento de que, una vez allí, debía sacrificarme por mi familia, por mis compañeros de trabajo, por mi país. Al fin y al cabo, estaba allí por ser español y por ser miembro de una institución estatal. Me propuse soportar al menos el mismo tiempo que el empresario José María Aldaya, que había conseguido sobrevivir durante un año», escribió Ortega Lara a esta periodista en su día.
Cuando ese plazo se cumplió y fue detenido el terrorista José Luis Urrusolo Sistiaga, todas sus esperanzas se vinieron abajo y «la fortaleza inicial se fue transformando progresivamente en frustración». La relación con sus secuestradores empeoró si eso es posible. José Antonio Ortega Lara intentaba secar las paredes de aquel lugar con los periódicos que los terroristas le facilitaban por eso las maderas que las cubrían acabaron negras de tinta, y en cualquier caso, su esfuerzo era inútil porque seguían rezumando agua. Si se enfadaban con él le quitaban la luz y, con ello, el deficiente sistema de ventilación que mantenía el aire mínimamente respirable; si llovía o el nivel del río cercano subía, también se inundaba su cubículo y dependía de la voluntad que tuvieran los secuestradores de drenar el agua o de que estuvieran allí.
Cuando se negaba a dejarles pasar, le reducían entre dos. Dejaron de darle de comer, sólo le proporcionaban algunas verduras que empeoraban sus diarreas y nunca tuvieron en cuenta que tenía una enfermedad cardiaca congénita por la que había muerto su sobrino con 24 años, y también su madre, que, inevitablemente, empeoró en aquel infierno. Jamás le dieron más medicina que una aspirina para el dolor de cabeza. Jamás le dejaron salir ni un segundo. Se orientaba temporalmente y con una exactitud increíble fruto de una fuerte disciplina mental, por los horarios de los trabajadores del piso superior -«el lunes ponían en marcha una máquina, el martes otra»-, pero vivía con el terror de que la siguiente vez que los terroristas bajasen fuera para matarle.
Si deslizaba la mano entre las rendijas de aquel sitio siempre se encontraba con la tierra. Y allí dejaba mensajes -«José Antonio Ortega Lara estuvo aquí»- envueltos en mechones de pelo que garantizaban la identificación de su ADN para que, en caso de desaparecer, su familia pudiese saber dónde había estado. Y les mandaba notas en bolas envueltas en plástico que se tragaba o que colocaba en su tabique nasal, por si su cuerpo era encontrado. Desquiciado y peleando con su fe, puso fecha al fin de su vida y estuvo ensayando su suicidio. «Dame una salida», pidió a Dios y pocos días antes de su muerte planificada, fue encontrado por la guardia civil. Hasta el último momento y con la nave industrial plagada de agentes, Uribetxeberria Bolinaga se negó durante horas a decir donde estaba. Tanto que el juez Baltasar Garzón quiso desistir de buscarle y la insistencia del capitán Corbí – «aquí hay platos sucios, un zulo ha de tener rendijas»-, le salvó la vida. Unas imágenes tomadas por los agentes muestran al final -cuando un guardia civil ya había localizado el sitio levantando una de las máquinas- cómo el terrorista acciona un complicado mecanismo hidráulico de dos interruptores situados en distintos lugares de la nave, que descubría la entrada del agujero. «Quién hay ahí», le preguntaron. «Ahí está ese», respondió. Le encontraron hecho un ovillo, protegiéndose en posición fetal. Había perdido además el 55% de la vista, como si se hubiese transformado en topo. Él no lo sabía en esos momentos, pero su resistencia desencadenaría unos hechos que aceleraron la derrota de ETA.
El zulo replicado en Vitoria, en el Memorial dirigido por el rigurosísimo investigador y periodista Florencio Domínguez, tiene un valor simbólico y denunciatorio necesario e incuestionable. Pero probablemente resulta muy difícil hacerse una idea de lo que allí ocurrió. «Entiendo que tengan ahí la reproducción como un testimonio, pero yo no podía ir, en mis entrañas me veo otra vez haciendo las cosas que yo hacía. Quieras o no, revives y no es agradable, aunque lo haya superado», explica Ortega Lara.
Lo cierto es que importantes psiquiatras se pronunciaron entonces sobre la imposibilidad de recuperación en un caso así. Pero ninguno de esos psiquiatras contó con el arma secreta de este hombre. «Cuando me llevaron al cuartel de Intxaurrondo, llegó mi familia. Mi mujer lloraba mucho, pero a mí no me salía ni una sola lágrima. Yo me había concienciado ya para el final. Llegó mi cuñado, que es salesiano, y le dije: no estoy loco, pero estoy hecho polvo. ‘No te preocupes que ya verás como salimos de esta’, me respondió. Dijo Sa-li-mos, no, sales. Y después cuando le dije a mi mujer que no quería ver a nadie y quería que nos fuéramos a un convento de monjas o de frailes para quedarnos una temporada, él se negó. «No vamos a ir a ningun convento, vamos a hacer esto juntos y veras como en una semana salimos de casa. En un mes iba a la Iglesia de San Pablo, a misa de doce, que es la más concurrida. Y luego, dos psicólogas del centro médico de mi barrio, Marta y Rocío me ayudaron durante meses con terapia individual y con mi mujer, que me ha aguantado mucho».
Iglesias Zamora le llamó a casa. Fueron apenas dos minutos pero suficientes para darle ánimos. «Tranquilo, lo superarás», le dijo. Pasaron muchos años hasta que se decidió a perdonar y hasta que se encontró: «Yo creo que he vuelto a ser, con mis taras -tengo un pronto que no tenía-, y con mucha ayuda, lo que yo quería ser. Yo no ambiciono poder ni ambiciono riquezas. Quiero ser lo que soy».
Después llegaron lo que ha denominado «las decepciones». Las negociaciones secretas de Rodríguez Zapatero con ETA, la legalización de la izquierda abertzale por Rajoy, el maltrato a María Sangil por parte del PP -«después de lo que había pasado políticamente y de recuperarse de un cáncer- y la puesta en libertad de Bolinaga por enfermedad, como primer paso para empezar la modificación de la situación de los presos etarras por parte del Gobierno popular, la anulación de la Doctrina Parot… Un comentario de su hijo, que cuando aquella tragedia tenía tres años, le espoleó. «Vaya país de mierda estamos dejando», dijo, y Ortega Lara que se había marchado del PP porque se sintió traicionado y huérfano políticamente, se enroló en la creación de Vox, aunque siempre en un quinto plano.
No le pregunto como político, sino como víctima, como la persona que estuvo en aquel zulo.
-¿Desde entonces han empeorado las cosas?
-Creo que sí. Somos una civilización decadente y España lo es como país. Hemos abandonado los principios más básicos que forjaron nuestra civilización. El pensamiento griego, el edificio jurídico romano y el pensamiento judeocristiano. Hasta en la constitución europea hemos renegado del cristianismo. Cuando a todo eso añades la corrupción, la pérdida de tradiciones que en muchas ocasiones son fuente de sabiduría, el principio de autoridad que es muy importante… Es que ahora vivimos una etapa nihilista en la que ya no se acepta ni la autoridad civil ni la autoridad moral. Hay una frase que se le atribuye a Cicerón: somos esclavos de la ley para poder ser libres. Sólo dentro del Estado de Derecho podemos desarrollar nuestra libertad. La política se ha convertido en un verdadero lodazal. Buena parte de la gente se guía por lo que ve en el telediario, no se ilustra, lo que nos lleva por la senda del silencio de los corderos. Puedo estar equivocado en parte, pero quiero conservar cierto margen de rebeldía.
-¿Ve salida?
-A corto plazo, no. Espero que los españoles vayamos tomando conciencia, nos orientemos hacia el futuro, trascendamos nuestra mera condición física y dejemos algo mejor a los que vienen. Nuestros padres lo pasaron fatal en la posguerra, pero trabajaron como bestias para dejarnos un país mejor y lo consiguieron.
-Usted aseguró hace unos años que para usted España era una pasión. Visto desde su perspectiva actual, ¿valió la pena la pérdida de todas esas vidas? ¿España valió la pena?
-Yo creo que no. Muchas de las víctimas, si hoy estuvieran vivas dirían: yo no sacrificaría mi vida por el lugar en el que estamos.
-¿A pesar del hecho de que hay una democracia solvente?
-Es un país deshecho, camino de la disolución en el que hemos creado 17 pequeños reinos de taifas donde cada uno va a los suyo. No tenemos una conciencia de país y a corto plazo, España va a empeorar más. Espero que esto sea como la ley del péndulo, pero se va a poner peor.
José Antonio Ortega Lara no conoce a Felipe VI, tampoco habló nunca con su padre. Hace años envió a Zarzuela algunas felicitaciones navideñas que jamás fueron respondidas. Pero su defensa del Rey es insobornable. En la inauguración del Memorial, el Rey dijo que las víctimas eran los pilares del sistema democrático y Ortega Lara le devuelve el cumplido.
-Y él, él es un pilar. Anda, que si no fuera por él. Este hombre está pasando las de caín. Le veo comprometido. Hay que tener valor para hacer el discurso que hizo sobre Cataluña. Su padre no lo hubiera hecho, era más contemplativo. Él fue decidido y hace hasta donde puede. Yo estoy convencido de que, en el bis a bis con Sánchez, le canta las cuarenta a propósito de su relación con Bildu. Lo que pasa es que no puede estar todo el día lanzando arengas. A mí me gusta mucho, y sin conocerle le aprecio y le pido a Dios cuando rezo que le conserve la salud y siga siendo rey muchos años. A ver si es posible que sean más de cien.
-El lehendakari también habló de la defensa de los derechos humanos y la dignidad de la persona. (Al día siguiente EL MUNDO revelará que Bildu ha pedido al Gobierno vasco negociar en secreto las condiciones de los presos de ETA tras el traspaso de las competencias de prisiones)
-El señor Urkullu puede decir misa en arameo, pero yo no le creo. A mí me parece que la elección de la sede del memorial es equivocada. Debía estar en Madrid o en Burgos o en Zaragoza, no sólo porque estas ciudades han sido muy castigadas por el terrorismo sino sobre todo porque me da la sensación de que, entre Bildu y los recogenueces (el PNV), van a hacer todo lo posible por diluirlo o asfixiar esa iniciativa. Lo van a relegar al olvido y si no, al tiempo. Ojalá estuviera en otra ciudad donde no pudieran meter sus manazas.
-¿Sabe que los tres secuestradores suyos que quedaban vivos están en libertad -Uribetxeberría Bolinaga murió también en libertad, de cáncer-, viven a una hora y media de su casa y fueron recibidos con homenajes?
– Es la primera noticia que tengo, pero me niego a estar todo el día envenenándome el alma con esas cosas. Yo no sé los años de vida que Dios me dará, pero quiero vivirlos a mi manera. Perdoné y se acabó. Lo hice por un interés superior mío y de mi familia para poder seguir viviendo como una persona y no como un animal encerrado. Porque si no perdonas, te amargas a tí y a los tuyos, y el odiado ni se entera. Pero una cosa es el perdón, de carácter personal y otra es el olvido, que tiene carácter institucional. No olvidas, pasas página y vives con dignidad, con alegría y también con mala leche, que es parte de la vida. Hago la vida que quiero hacer, y no la que otros quieren que haga.
Cuatro horas al día en el huerto, casi todos los días. Sintiéndose libre y feliz. Con el sueño improbable de plantar una viña con denominación de origen La Rioja. De la tierra al cielo. Con intermitencias. El próximo domingo irá a Madrid, a la manifestación de Colón contra los indultos.